El libre albedrío



Charles Spurgeon predicó un sermón en 1855 analizando la doctrina del libre albedrío enseñada por los arminianos. En este sermón, Spurgeon demostró parte de las inconsistencias de la teología arminiana. Al final de su sermón Spurgeon escribe, ”Me atrevería a decir que ustedes han oído muchos buenos sermones arminianos, pero nunca han oído una oración arminiana, pues cuando los santos oran, son una misma cosa en palabra, obra y mente. Un arminiano puesto de rodillas oraría desesperadamente igual que un calvinista. No puede orar sobre el libre albedrío: no hay espacio para eso. Imagínenlo orando así: “Señor, te doy gracias porque no soy como esos pobres calvinistas presumidos. Señor, yo nací con un glorioso libre albedrío; yo nací con el poder de ir a ti por mi propia voluntad; yo he aprovechado mi gracia. Si todos hubieran hecho lo mismo con su gracia como lo he hecho yo, todos podrían haber sido salvos. Señor, yo sé que Tú no puedes hacernos querer si nosotros mismos no lo queremos así. Tú das la gracia a todo mundo; algunos no la utilizan, pero yo sí .Hay muchos que irán al infierno a pesar de haber sido comprados con la sangre de Cristo al igual que yo; a ellos les fue dado el Espíritu Santo también; tuvieron una muy buena oportunidad, y fueron tan bendecidos como lo he sido yo. No fue tu gracia lo que hizo la diferencia; acepto que sirvió de mucho, pero fui yo el que hizo la diferencia; yo hice buen uso de lo que me fue dado, en cambio otros no lo hicieron así; esa es la diferencia principal entre ellos y yo.”
Esa es una oración diabólica, pues nadie más que Satanás podría orar así. ¡Ah!, cuando están predicando y hablando cuidadosamente, puede entrometerse la doctrina errónea; pero cuando se trata de orar, la verdad salta, no pueden evitarlo. Si un hombre habla muy despacio, puede hacerlo muy bien; pero cuando se pone a hablar rápido, el viejo acento de su terruño, donde nació, se revela.
Les pregunto otra vez, ¿han conocido alguna vez a algún cristiano que haya dicho: “Yo vine a Cristo sin el poder del Espíritu?” Si en efecto alguna vez han conocido a un hombre así, no deben dudar en responderle: “Mi querido señor, yo verdaderamente lo creo, pero también creo que saliste también sin el poder del Espíritu, y que no sabes nada acerca del tema del poder del Espíritu, y que estás en hiel de amargura y en prisión de maldad.” ¿Acaso escucho a algún cristiano diciendo: “Yo busqué a Jesús antes que Él me buscara a mí?” No, amados hermanos; cada uno de nosotros debe poner su mano en su corazón y decir:
“La gracia enseñó a orar a mi alma,
Y también hizo que mis ojos derramaran lágrimas;
Es la gracia la que me ha guardado siempre,
Y nunca me abandonará.”
¿Hay aquí alguien, alguien solitario, hombre o mujer, joven o viejo, que pueda decir: “Yo busqué a Dios antes que Él me buscara a mí?” No; y aun tú que eres un poco arminiano vas a cantar:
“¡Oh, sí!, verdaderamente amo a Jesús,
Sólo porque Él me amó primero.”
Y ahora otra pregunta. ¿Acaso no nos damos cuenta, aun después de haber venido a Cristo, que nuestra alma no es libre, sino que es guardada por Cristo? ¿Acaso no nos damos cuenta, aun ahora, que el querer no está presente en nosotros? Hay una ley en nuestros miembros, que está en guerra contra la ley de nuestras mentes. Ahora, si quienes están vivos espiritualmente sienten que su voluntad es contraria a Dios, ¿qué diremos del hombre que está “muerto en delitos y pecados”? Sería una cosa maravillosamente absurda poner ambos al mismo nivel; y sería aun más absurdo poner al que está muerto antes del que está vivo. No; el texto es verdadero, la experiencia lo ha grabado en nuestros corazones. “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida.”
Ahora, debemos decirles las razones por las que los hombres no quieren venir a Cristo. Primero, porque ningún hombre por naturaleza considera que necesita a Cristo. Por naturaleza el hombre considera que no necesita a Cristo; considera que está vestido con sus ropas de justicia propia, que está bien vestido, que no está desnudo, que no necesita que la sangre de Cristo lo lave, que no está rojo ni negro, y que no necesita que ninguna gracia lo purifique. Ningún hombre se da cuenta de su necesidad hasta que Dios no se la muestre; y hasta que el Espíritu Santo no le haya mostrado la necesidad que tiene de perdón, ningún hombre buscará el perdón. Puedo predicar a Cristo para siempre, pero a menos que sientan que necesitan a Cristo, jamás vendrán a Él. Puede ser que un doctor tenga un consultorio muy bueno, y una farmacia bien surtida, pero nadie comprará sus medicinas a menos que sientan la necesidad de comprarlas.
La siguiente razón es que a los hombres no les gusta la manera en que Cristo los salva. Alguien dice: “No me gusta porque Él me hace santo; no puedo beber o jurar si Él me ha salvado.” Otro afirma: “Requiere de mí que sea tan preciso y puritano, y a mí me gusta tener mayor libertad.” A otro no le gusta porque es tan humillante; no le gusta porque la “puerta del cielo” no es lo suficientemente alta para pasar por ella con la cabeza erguida, y a él no le gusta tener que inclinarse. Esa es la razón principal por la que no quieren venir a Cristo, porque no pueden ir a Él con las cabezas erguidas; pues Cristo los hace inclinarse cuando vienen. A otro no le gusta que sea un asunto de la gracia desde el principio hasta el final. “¡Oh!” dice:”si yo pudiera llevarme algo del honor.” Pero cuando se entera que es todo de Cristo o nada de Cristo, un Cristo completo o sin Cristo, dice: “no voy a ir,” y gira sobre sus talones y se va. ¡Ah!, pecadores orgullosos, ustedes no quieren venir a Cristo. ¡Ah!, pecadores ignorantes, ustedes no quieren venir a Cristo, porque no saben nada acerca de Él. Y esa es la tercera razón.
Los hombres desconocen Su valor, pues si lo conocieran, querrían venir a Él. ¿Por qué ningún marinero fue a América antes de que Cristóbal Colón fuera? Porque no creían que América existiera. Colón tenía fe, y por tanto él sí fue. El que tiene fe en Cristo viene a Él. Pero ustedes no conocen a Jesús; muchos de ustedes nunca han visto su hermosísimo rostro; nunca han visto cuán valiosa es su sangre para un pecador, cuán grande es su expiación; y que Sus méritos son absolutamente suficientes. Por tanto “no queréis venir a Él.”
Y ¡oh!, queridos lectores, mi última consideración es muy solemne. He predicado que ustedes no quieren venir. Pero algunos dirán: “si no vienen es su pecado.” ASÍ ES. Ustedes no quieren venir, pero entonces esa voluntad de no venir es una voluntad pecaminosa. Algunos piensan que estamos tratando de poner “colchones de plumas” a la conciencia cuando predicamos esta doctrina, pero no hacemos eso. Nosotros no afirmamos que es parte de la naturaleza original del hombre, sino que decimos que pertenece a su naturaleza caída.
Es el pecado el que te ha sumido en esta condición de no querer venir. Si no hubieras caído, querrías venir a Cristo en el momento en que te es predicado; pero no vienes por tus pecados y crímenes. La gente se excusa a sí misma porque tiene un corazón malo. Esa es la excusa más débil del mundo. ¿Acaso el robo y el hurto no vienen de un corazón malo? Supongan que un ladrón le dice a un juez: “No pude evitarlo, tenía un mal corazón.” ¿Qué diría el juez? “¡Bandido!, si tu corazón es malo, voy a darte una mayor sentencia, pues tú eres ciertamente un villano. Tu excusa no sirve para nada.” El Todopoderoso “se reirá de ellos, se burlará de todas las naciones.” Nosotros no predicamos esta doctrina para excusarlos a ustedes, sino para que se humillen. La posesión de una mala naturaleza es tanto mi culpa como mi terrible calamidad.
Es un pecado que siempre será achacado a los hombres. Cuando no quieren venir a Cristo es el pecado lo que los aleja. Quien no predica eso, me temo que no es fiel a Dios ni a su conciencia. Vayan a casa, entonces, con este pensamiento; “soy por naturaleza tan perverso que no quiero venir a Cristo, y esa perversidad impía de mi naturaleza es mi pecado. Merezco ir al infierno por eso.” Y si ese pensamiento no te humilla, a pesar de que el Espíritu lo está usando, ninguna otra cosa podrá hacerlo. Este día no he ensalzado la naturaleza humana, sino que la he humillado. Que Dios nos humille a todos. Amén.
Para ver el sermòn completo presione aquì
Extraìdo de http://sujetosalaroca.org/2009/08/01/spurgeon-las-inconsistencias-del-arminianismo/
Esta entrada fue publicada el 10 mayo, 2011 a las 2:27 am y archivada bajo Doctrinas de la Gracia . Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada a través del feed RSS 2.0 Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu propio sitio.